Las Ciudades También Mueren

Vista Torres del Parque, Bogotá, Arq. Rogelio Salmona. Cortesía
El diagnostico más pesimista señala que seguimos siendo una sociedad caótica, y lo peor es que no se están tomando las medidas para dejar de serlo. Estamos más preocupados en reelecciones o reformas a la justicia con intereses no muy claros, y poco en inyectarle a la sociedad las políticas, las reformas y los cambios primarios y esenciales que como sociedad civilizada debimos haber emprendido muchos años atrás. Es verdad que nuestra sociedad adolece de sistemas para hacer cumplir las leyes de forma ejemplar y blindajes contra los poderosos y corruptos. El efecto contrario es mayor injusticia, incluida la social. Con el desprestigio que los caracteriza, es mucho pedir que los Padres de la Patria den ejemplos de grandeza, servicio y entrega en pos de los intereses de la nación. Sin embargo, es posible; y lo será aun más cuando el interés general prevalezca sobre el compromiso particular de privados intereses. Lo será aun más, cuando se trabaje por los temas esenciales y primarios que reclama la nación. Es posible. Solo hace falta liderazgo, ambición de pensamiento y acción.

Es un hecho que la crisis que vive Colombia tiene en la actualidad mayor connotación en la capital de la república. La principal ciudad del país es hoy por hoy una ciudad enferma, en caos, que requiere de medidas urgentes, y de fondo, para aliviar sus males.

Aunque el anterior diagnóstico parece bastante pesimista. La verdad es que la otrora Atenas Suramericana, a pesar de respuestas puntuales, enfrenta un deterioro sostenido desde el punto de vista estético y urbanístico, así como un desmejoramiento importante en la calidad de vida que contribuye de una u otra forma al escenario de violencia que vive la nación.

Desde el punto de vista del funcionamiento urbano, son variadas las razones insertas en las dificultades de las ciudades del país suramericano, y amplísimas las consideraciones patológicas que se desprenden de cada uno de sus males. Sin embargo, a pesar de que en todos y cada uno de sus diagnósticos se puede estar de acuerdo en el sentido de que “no hay nada nuevo bajo el sol”, en realidad las soluciones elementales de los problemas que las aquejan no se han emprendido y mas pareciera ser cierto la sentencia en el sentido de que las ciudades literalmente se detuvieron en el tiempo, salvo puntuales excepciones, para no progresar de acuerdo a su ininterrumpido palpitar.

La causa de esto tiene su principal origen, por un lado, en la improvisación, aplicando la prueba y el error, de casi todos los planes de desarrollo que se ponen en ejecución. Por lo general, esos planes carecen de estudios serios, técnicos y de viabilidad, Por el otro, a la falta de políticas claras en materias como las normas de infraestructura y de urbanismo, con las que debe contar toda ciudad. Por último, pero no menos importante, a la ausencia indiscutida de una “política tecnológica de estado”. Al señalar esto, no nos referimos a las políticas de otros estados que son las que se han venido aplicando, sino a las que se deben desprender de los estudios que el país debe acometer en la búsqueda de soluciones, basados en las particulares características de cada urbe, que por ninguna razón deben ser copias de alguna otra de la geografía mundial.

Las administraciones locales que han ejercido y que ejercen el poder de administrar los destinos de las ciudades y la protección de los intereses de la población incurren una y otra vez en los mismos vicios, con un agravante que no debería pasar inadvertido: falta de definición de prioridades en la solución de los problemas fundamentales, específicamente en lo que tiene que ver con el tema de la planeación, estandarización y ejecución de proyectos y obras públicas a nivel general.

No pretendo descalificar la ambición de planes y/o proyectos, como el Sistema Integrado de Transporte Masivo, al cual se le da especial énfasis, sino resaltar la omisión en acometer obras prioritarias, previas a la ejecución de planes como el anterior. La omisión en la construcción de esas tareas indudablemente que contribuye a aumentar el caos y crecimiento desorganizado, que es lo que se percibe como constante nacional.

Es indudable que el caos tiene su origen en la falta de orden, pero también es cierto que cualquier programa o proyecto que se pretenda implementar fracasará si antes no se toman medidas tendientes, por un lado, a corregir o remplazar los programas que han fallado, y por el otro, a preparar los escenarios que le garanticen a los nuevos no un éxito efímero, sino duradero en el tiempo, y como ejes estructurales de progreso. Se hace imprescindible establecer los marcos legales que le den viabilidad dinámica a los planes, dentro de una moldura de estandarización y regulación que preserve el orden y elimine la improvisación. No deben quedar anclados a la voluntad de una administración o dirigente en particular, sino al marco de un proceso sostenido que responda a las necesidades más elementales y que nos aleje del estancamiento mental e intelectual en el que nos encontramos.

Que podríamos lograr a cambio? Pues ciudades más ordenadas, donde el tránsito vehicular no sea un elemento agresivo, sino parte amable e integral de un sistema, mejorar el diseño y calidad de las vías que inviten al respeto de las normas y a reducir los tiempos de circulación. Se gana también en transformar ciudades estresantes en ciudades que propicien el civismo y la educación. Se gana en competitividad, en el respeto de los unos hacia los otros, y en la integración ordenada de todos los componentes que conforman la ciudad. Es viable y si es posible. Se requiere solo de voluntad para poner en práctica los programas y la participación decidida de todos. Esta combinación nos llevará, sin lugar a discusión, al logro de las transformaciones que reclama a gritos la sociedad.

Los profesionales que tenemos participación y/o injerencia en estos temas tenemos la obligación de realizar una práctica profesional responsable que ayude a orientar, por un lado, a aquellos con el poder en la toma de decisiones, y por el otro, al publico en cuanto a la necesaria participación y contribución en el campo de las ideas, así como en el respeto de sí mismo y el de los demás. Las ciudades mueren cuando sus integrantes abandonan actitudes positivas, en contra del beneficio general, y se alojan como entes activos del caos y la desorganización.

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